Hace unos días, por trabajo, me tocó pasar una semana con un potente deportivo de 330 caballos y tracción trasera. Una máquina bestial, con un gran motor V6 delante, y un puesto de conducción bajísimo. Realmente, un automóvil de ensueño para cualquier conductor.
Pero, y hay muchos peros, todo comienza con el tema del coste de adquisición. Tener un coche de sólo dos plazas que cuesta como dos Abarth 500, implica ademas tener otro coche más espacioso para cuando hace falta transportar a la familia o encarar un viaje con equipaje. El consumo de combustible de un 330 caballos de hoy en día no es comparable al de un pequeño Abarth, y encima, el coste de los recambios y del mantenimiento es muy superior.
¿Que yo querría uno? Sí, sin duda, pero probar estos coches, y haber tenido varios de ellos también me hacen darme cuenta de lo especial que en ese sentido es Abarth.
Por para empezar, necesitas mucho menos dinero para hacerte con uno. Utilizarlo en el día a día es mucho más económico, y encima es mucho más práctico. Recambios, mantenimiento, piezas consumibles, todo cuesta menos de la mitad.
Ahora será cuando te plantees que todo tiene un peaje, que obviamente el Abarth no es tan rápido como el deportivo que te comento. Estás en lo cierto, pero ¿de verdad valoras todavía los coches por lo rápidos que son?
He de confesar que hace años yo era de esos que mira el tiempo en el Nordschleife, mira después la aceleración de 0 a 100, mira la capacidad de frenada, y entonces decide qué coche comprar para un presupuesto dado. Pero con los años, y con las normas de tráfico cada vez más restrictivas, he aprendido a disfrutar y saborear más los coches que son divertidos a cualquier velocidad, y no los más eficientes y efectivos.
Y es que con ciertas máquinas (se me ocurre un Nissan GT-R o un Porsche 911 GT3), para empezar a “disfrutar” de la conducción en un tramo de curvas, has de prácticamente triplicar la velocidad legal para dicha carretera. Obviamente, puedes ir a circuito, y disfrutar allí, o meterlo en el Nurburgring, pero la realidad diaria de la mayoría de las personas es que no tienen eso por costumbre.
Cuando encaro con mi 500 uno de mis tramos de curvas favorito, el que uso para probar cada coche que pasa por mis manos de cara a valorar su puesta a punto, sé que me voy a divertir sin necesidad de sobrepasar escandalosamente el límite de velocidad. Sé que voy a disfrutar del paso curva, que si me quiero divertir un poco más puedo colocar la trasera en frenada o en apoyo, y que puedo incluso forzar el deslizado del morro.
Sé que puedo estirar las tres primeras marchas y apoyar el coche en frenada, sacar partido al TTC y hacer a los frenos oler a chamusquina.
Y todo ello lo consigo sin jugar a 200 kilómetros por hora, ni poner en juego mi carnet de conducir, ni arriesgar mi vida, la integridad del coche, o perder todo el salario en combustible.
Porque los Abarth, en especial el 500, es de esos coches con los que disfrutas independientemente del ritmo al que vayas. A nada que apoyes fuerte en las curvas ya tienes esa sensación, esa sonrisa en la cara.
No digo que con el otro cupé, con el de 330 caballos no disfrutara, cosa que sí que hice, pero para ello tuve que doblar la velocidad, y poner a prueba todo mi repertorio de conducción, porque cuanto más rápido y efectivo es un coche deportivo, más extremo es su límite, y más complicado es jugar con él.
Cierto, este cupé le metería minutos al Abarth 500 en el Nordschleife, pero Turbotín y yo salimos a divertirnos cada semana, y cuesta bien poco conseguirlo.
Y al final eso es lo que cuenta, pasar un buen rato conduciendo. Que al final del tramo no hay nadie con un cronómetro, ni te van a dar una copa por hacerlo más rápido que nunca. Como mucho habrá un señor de verde “con una receta”.
Porque así son los Abarth: máquinas para disfrutar “de 0 a 100 km/h”. Máquinas en las que cada curva se disfruta, sin necesidad de ser Sandro Munari.
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genial pensamiento guille me encanta. personalmente creo que para los autos de menos de 200 CV los abarths son lo mejor
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