Carlo Abarth nació un 15 de Noviembre en Austria, en el año 1908, bajo el signo de Escopio (de ahí el logo de Abarth). Su padre, Karlo, era todo un personaje yo diría que bohemio. De múltiples inquietudes, Karl Anton se metía en todo tipo de proyectos, y a pesar de haber sido formado en una academia militar en su juventud, esto no parecía darle ningún tipo de necesidad.
Karl Anton necesitaba acción en su vida. Su padre (el abuelo de Carlo) era el dueño del Hotel Sonne en Merano, y también hacía las veces de administrador del servicio postal de la ciudad, incluyendo todo el tema de caballerías y repartos. Era un señor respetado en la comunidad, de poder adquisitivo elevado, y que quería para su hijo Karlo mucha disciplina y rectitud para convertirlo en su heredero.
Pero eso de la disciplina y los planes fijos no iba con Karl, que pasaba de la máxima emoción a la profunda depresión en cuestión de minutos, al ritmo que cambiaba de proyecto a proyecto sin la más mínima solución de continuidad. En parte por ello “el abuelo Abarth” lo metió a la academia militar.
Antes de llegar a la academia, Karl Anton había pasado por aficiones y ocupaciones tan diversas como la pintura, la ópera, el boxeo, el billard o el ajedrez. La entrada en el ejercito parecía haberle apagado la mecha del cambio constante, pero entonces conoció a Dora Taussig, la madre de Carlo, con la que contrajo matrimonio.
Dora era hija de un industrial textil, que no dudó en poner a su yerno al mando de una de sus fábricas en Checoslovaquia. Y allí fue Karl Anton, pero pronto se dio cuenta de que eso del trabajo metódico y repetitivo de la oficina no le aportaba las emociones fuertes que tanto le gustaban. No tardó en volver entonces a Viena con su familia.
Fue en aquellos años previos a la Primera Guerra Mundial cuando la joven pareja de Karl Anton y Dora tuvieron a sus dos hijos, Anna primero, en 1907, y luego Karl (posteriormente Carlo). Tras una infancia en Viena, la familia decidió mudarse tras la guerra a Merano, donde estaba todavía el abuelo Abarth, pues la ciudad donde nacieron ambos pequeños había quedado muy tocada economica y socialmente tras la contienda.
Merano había pasado de manos austriacas a manos italianas, y la vida ya no era como cuando Karl Anton era joven, por lo que, una vez más, decidió volver a Viena, donde se repensó todo de nuevo y quiso volver a Merano. Con razón, Dora se cansó de que Karl diera tanta vuelta, y rompieron su relación, quedándose ella con los dos pequeños en Viena, mientras el padre volvía a Merano donde recibía la nacionalidad italiana, cosa que a la postre ayudaría a Carlo en sus aspiraciones.
A pesar de toda esta locura, la estabilidad económica de la familia Abarth estaba completamente asegurada, y la infancia del joven Carlo le permitió crecer con tranquilidad. En el colegio no era un genio, pero tampoco un bala perdida, simplemente era uno más en las clases comunes, aunque destacaba en los deportes. El ciclismo sería donde más destacaría, enamorándose al mismo tiempo de las bicicletas y sus mecanismos, que incansablemente se dedicaba a montar y desmontar, aprendiendo y forjando sus aptitudes que en un futuro le valdrían para convertirse en quien llegó a ser.
A los 15 años, Carlo tendría su primera experiencia “motorizada”. Sucedía al alquilar una motocicleta a un mecánico que vivía cerca de su casa. Abarth, como no podía ser de otra manera, se volvió loco con la potencia y la velocidad, y la cosa acabó como tenía que ser: contra un muro estampado. Al joven Carlo no le pasó nada, pero su madre tuvo que hacerse cargo del coste del arreglo de la moto, lo cual acabó en una reprimenda de primera categoría para el adolescente.
Pero esto no le iba a parar, y la gasolina ya fluía por sus venas. Con 16 años, Abarth conseguía permiso en su instituto técnico-industrial para trabajar en sus ratos libres en el carrocero vienes Castagna & C. Pero la cabra tira al monte, y Carlo no podía resistir la tentación de las dos ruedas motorizadas, y empezó a tratar con Degan, un constructor de chasis para motos y bicicletas. Hasta los 19 años Carlo desarrolló sus conocimientos en desmontar y mejorar vehículos de dos ruedas a motor. En ese momento cambió de aires para pasar a trabajar en MT (Motor Thun), una fábrica de motos en las afueras de Viena.
Este trabajo lo había conseguido a través del trato con el campeón austriaco motociclista Josef Opawsky, que había tratado con Carlo cuando este estaba en Degan. La facilidad de poner a punto y desarrollar las motos sirvió para convencer a Opawsky de la valía del joven vienés.
MT era por entonces una de las espadas en alza en el mundo de las motos, y Carlo logró que le concedieran el puesto de piloto de pruebas. El bueno de Carlo descubrió que la combinación optima para MT era contando con motores Villiers, que el genio de viena optimizaba desmontando hasta la última pieza para equilibrarlo y aplicar todos sus conocimientos, facilitando que Opawsky contara con una ventaja antes sus rivales en las carreras.
La mente de Carlo empezaba a acelerarse, y entonces se le ocurrió su primer “gran proyecto”: diseñar su propio chasis con corazón Villiers, una moto ligera pero robusta, que no tardaría en poder poner a prueba. Y es que con 20 años llegaría su bautismo competitivo en el Gran Premio de Austria de abril de 1928. Pero eso ya es una historia que te contaremos en la próxima entrega.
¿No nació el 15 de noviembre?
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